Impresionante es este lugar. Aquí está la casa de Dios y la puerta del cielo. En esta cueva se perdonan los pecados de los hombres.

Beato Bronislao Bonaventura Markiewicz

Desde  el 13 de julio de 1996, la Congregación de San Miguel Arcángel ha asumido oficialmente el cuidado pastoral del Santuario de San Miguel, sustituyendo a los monjes benedictinos virginianos después de 25 años de incansable y fructuoso servicio.

La Congregación de San Miguel Arcángel, de origen polaco, fue fundada por el Beato Bronislao Buanaventura Markiewicz. Nació el 13 de julio de 1842 en Pruchnik, Polonia y fue el sexto hijo de una familia profundamente religiosa de clase media que educaba a sus miembros bajo el amparo de la Virgen Santísima en una atmósfera llena de calor, optimismo, simplicidad y confianza, a pesar de los momentos difíciles que tuvo que atravesar. Prácticamente faltaba todo: el hambre era enorme y sobre la calle se veía a muchos mendigos en busca de pan.

Bronislao comenzó la escuela primaria con dos años de retraso; pero como amaba tanto la lectura no tuvo mayores problemas. El clima liberal y antirreligioso de la escuela secundaria provocó una crisis de fe en el joven, pero  logró superarla y, desde entonces, con mucha confianza se abandonó a la voluntad de Dios.

Entró en el seminario y luego, el 15 de septiembre de 1867, fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, se ordenó sacerdote. Dedicó tiempo completo a la actividad pastoral, sobre todo, a la enseñanza del catecismo, al apostolado en la cárcel y al  sacramento de la reconciliación. Hizo construir diversas capillas en los poblados más distantes de la  iglesia parroquial, organizó la distribución gratuita de alimentos a los pobres y enfermos. Una de sus predilecciones eran los jóvenes pobres y abandonados, ya sea espiritualmente como materialmente. Por ello, estudió pedagogía, la psicología y otras disciplina, pero a causa de la falta de sacerdotes debió interrumpir sus estudios  y volver al trabajo pastoral.

Después de algunos años de fervoroso apostolado y de lucha contra  el alcoholismo, en 1885 partió  rumbo a Italia con el vivo deseo de entrar en un instituto religioso que tuviese como carisma la educación y formación de la juventud.

Formado en la Congragación Salesiana, pidió ser admitido en la Congregación fundada por Don Bosco. En 1887 emitió los votos perpetuos en las manos de Don Bosco y escuchó  sus últimas conferencias y recomendaciones, enseñanza  que siempre buscó de aplicar al pie de la letra y en profundidad.

En 1892 regresó a Polonia como salesiano y fue nombrado párroco de Miejsce Piastowe, en Galicia, donde se dedicó particularmente a los jóvenes abandonados, pobres y huérfanos, llevando a la práctica los ideales de su maestro.

En 1897, la Casa Madre de los Salesianos en Turín, después de la visita de uno de sus miembros, le recomendó limitar el número de los jóvenes acogidos y cambiar algunas costumbres de la casa. El padre Bronislao, con el consejo de varios de sus colaboradores, se propuso fundar una nueva congregación religiosa basada en la regla primitiva de Don Bosco.

Desde ese momento, comenzó un fecundo apostolado con los jóvenes pobres y abandonados, lleno de extraordinarios sucesos y también de momentos verdaderamente difíciles. Fue objeto de incomprensiones durísimas, que aceptó en silencio, predicando siempre la confianza y la obediencia a sus jóvenes, algunos de los cuales fueron sacerdotes en la congregación que él había fundado ya civilmente en 1902, para protegerse de eventuales problemas con las autoridades, bajo el nombre de “Sociedad Templanza y Trabajo”.

Hacia fines de 1911 comenzó a notarse en él signos de un gran cansancio. Un día lo encuentraron en su habitación, privado de sentidos. Se levantó relativamente rápido, pero  desde aquel momento comenzó a sentir dolores y problemas que lo oprimiban y que lo llevaron a guardar reposo en la cama, de la cual ya no se levantó más. El 29 de enero de 1912 después de haber recibido los sacramentos, el Señor lo llamó a su santa morada.

En su funeral todos lloraban con infinita gratitud y le tocaban sus manos con estampitas y medallas, porque lo consideraban un santo que en vida había ejercitado  profundamente el bien.

Nueve años después de su muerte, las congregaciones por él fundadas recibieron, como él mismo había profetizado, la aprobación de la autoridad eclesial.

En los momentos más duros de su existencia siempre estuvo sereno y obedeció prontamente a las órdenes de sus superiores, aún cuando le costó humillaciones y sufrimientos, sin perder jamás el coraje.  Las pruebas lo empujaban a reforzar las horas de oración y de penitencia corporal para fortalecerse interiormente y escuchar con más docilidad la voz del Espíritu.

Sus únicas intenciones fueron siempre la gloria de Dios y el bien espiritual y material del prójimo. En su incansanble apostolado no hubo jamás segundos fines, como la vanagloria u otro objetivo humano. Siempre trató de responder a un imperativo divino que llegaba desde lo profundo de su conciencia. En el juvenil temperamento, impulsivo y rebelde, fueron entrando poco a poco, aquellas actitudes de dulzura y mansedumbre que conquistaron a jóvenes y adultos, la sincera humildad y la simplicidad del vivir cotidiano, todos frutos de una constante ascesis, de la mortificación de los sentidos y su abnegación.

A los cristianos de nuestra época, especialmente a los devotos de San Miguel Arcángel, él nos dejó como enseñanza de su progresivo itinerario espiritual: la oración incesante en adoración delante de Jesús presente en el Santísimo Sacramento y la tierna devoción a su Madre María, a quien confiaba las alegrías y los dolores con amor de hijo.

Cristo crucificado fue el modelo que inspiró todas sus acciones, su caridad (especialemente hacia los jóvenes necesitados, los enfermos, los encarcelados, pero también hacia todo género de pobres, por los cuiales se privaba de lo necesario) y su templanza (que para él significó trabajo y penitencia), que son aspectos muy singulares de su espiritualidad.

En San Miguel, a quien eligió como patrono de sus obras y del futuro de la congregación, encontró un protector y aliado en la lucha contra el mal, para que Dios fuese siempre el centro de su vida y de la de aquellos a quien el Señor había puesto bajo su cuidado.

La palabra “Michael”, que significa “Quién como Dios”, se grabó en su mente y en su corazón, estimulando su adhesión y abandono total a Dios, acompañado del pleno obsequio de la inteligencia y de la voluntad.

En suma, una vida heroica, testimoniada entre miles de dificultades, que logró superar con facilidad, prontitud y constancia, gracias a la fe, a la caridad y a la esperanza que lo sostenían en las pruebas más duras. El progreso de su obra, la Congregación de San Miguel Arcángel, presente en tantas partes del mundo, tan querida y apreciada, no se hubiera verificado seguramente en su existencia terrena, si no fuese verdaderamente por la mano de Dios.

El 19 de junio del 2005 fue beatificado en Varsovia, Polonia junto a otros dos sacerdotes polacos. La ceremonia coincidió con al clausura del III Congreso Eucarístico Nacional y fue presidida por el Cardenal Primado de Polonia, Mons. José Glemp. Sus hijos e hijas espirituales, provenientes de todas partes del mundo, estuvieron presentes, acompañados también por un número importante de fieles y laicos pertenecientes a los movimientos que fomentan nuestra espiritualidad.

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