El renombre universal del culto a San Miguel Arcángel influyó no poco para convertir al Gargano en un lugar menos aislado.

La asidua frecuencia de peregrinos al Santuario, la concomitante difusión de asentamientos eregidos y la presencia de órdenes monásticas sobre el monte, representaron de hecho los presupuestos de una estable conexión de todo el terriotorio con las dos principales arterias romanas: la Litoral y la Appia Traiana.

La viabilidad interna utilizó los trazados preexistentes mientras se terminaban otros; el tráfico, en consecuencia, deviene siempre más intenso; las relaciones con otra gente significaron un cambio de ideas y un conocimiento de otras costumbres; las peregrinaciones beneficiaron una mayor asistencia gracias al surgimiento de lugares de reposo y acogida.

Entre los varios recorridos, dos fueron preferenciales y adquirieron una relevancia tal que hasta hoy constituyen un elemneto de tráfico.

La “Via Francisca”, denominada así en los documentos del siglo XI a XIV, en referencia a los peregrinos longobardos provenientes tanto de Pavia como de Benevento, nacida de la desviación de la arteria Litoral (una de las grandes arterias que, de Roma pasando por la costa adriática, culminaba después de haber atravesado la falda del Gargano y Siponto, en Brindisi), que a la altura de Branca, a 10 km de San Severo, se introducía en el valle de Jana en dirección de Stignano y, con un recorrido en gran parte coincidente con la moderna S.S. 272,  alcanzaba Monte Sant’Angelo.

Tal itinerario es llamao también “Via Sacra de los Longobardos”, denominación hoy más corriente en homenaje a la probable iniciativa de los longobardos que, según algunos estudiosos, a lo largo de este trazado han hecho surgir las mansiones y hospedajes para aquellos que devotamente afluían al Santuario. En aquel tiempo, algunos puntos de acogida y reposo, reestructurados y ampliados, se transformaron en lugares de culto, otros dieron origen al convento-santuario de Santa María de Stignano, y de  Juan en Lamis, hoy convento de San Mateo; otros a la ciudad de San Giovanni Rotondo y San Marco in Lamis; otros a lugares de campo como el de San Egidio (en las proximidades de San Giovanni Rotondo) y de Carbonara cerca de Monte Sant’Angelo.

El segundo itinerario, unido al Aecae sobre la desviación de la Apia-Traiana (otra gran arteria romana directa a Brindisi), atravesando Lucera y Arpi, se empalmaba con la Litoral en las proximidades de Siponto, hacia la primera mitad del siglo XI (1024). Era denominada “Via  Francigena”, sinónimo de Francisca, sin duda en referencia a los peregrinos provenientes de los principados longobardos y de las regiones trasalpinas.

En dos sucesivos documentos el itinerario es indicado como “Sacra Peregrinorum” (1132) y “Stratam magnam quae pergit ad Sanctum Michäelem” (1201). Del segmento carretero se abrían, introduciéndose en las montañas, diversos caminos directos al Santuario. Entre éstos, ya sea por la multiplicidad y significatividad de los testimonios, ya sea porque en parte todavía son todavia frecuentados, se recuerdan el camino 1: S. Leonardo – S. Restituta – S. María di Ruggiano – Pulsano – Monte Sant’Angelo y el camino 2: S.Leonardo – Capparelli – Ciminiera – Macchia Posta -Valle de Todos los Santos – Monte Sant’Angelo.

RUNICOS

Los diversos  visitantes del Santuario han dejado en el lugar sacro una trazo de sí: signos sin ningún aparente significado, simples cruces y más que nada, el propio nombre. Cuatro epígrafes fueron trazados en carácteres diversos de aquellos latinos y griegos. Se trata de los runos, signos utilizados en Inglaterra del VI al IX siglo. Los runos, al menos en su origen, no constituían un alfabeto propiamente dicho, se utilizaban para escribir textos de cualquier género: no son simplemente los corespondientes nórdicos a las letras latinas o griegas. Los signos, de trazos rigurosamente directos y angulosos, privados de curvas, fueron trazados  sobre piedras, metales, madera, tenían también valor mágico y sacral. Su uso y enseñanza estaba restringido sólo para la casta sacerdotal. La Iglesia católica anglosajona no se desentendió de la tradición, y los hizo parte integrante del propio patrimonio cultural. Hereberehct, Leofwini, Wigfus y Herraed dejaron escrita la memoria de su estadía en el santuario angélico usando los runos.

Entre los numerosos testimonios y monumentos encontrados en la cripta B, algunos pueden referirse a una fase de sistematización prelongobarda del Santuario. El número complejo de los testimonios y escritos alfabéticos, dejados por los visitantes del santuario entre los siglos VI y IX, acumulan 175 inscripciones. La inscripción llamada “de Pedro y Pablo” ocupa un espacio entero en uno de los pilares y la lectura del texto es de por sí un poco oscura:

+ Petrus et

+ Paulus ambi apo=

stoli clabicla=

bab croce co=

nfiss[++]rant p=

ortas cv

i[+?] a luce

re fecere

Trazado sobre el muro que estaba debajo de la repisa, es probablemente testimonio de una intervención de monumentalización de la gruta, anterior a la conquista longobarda; podría pertenecer a uno de los ingresos a la gruta mencionados, en el texto de “Apparitio” que narra los hechos del nacimiento del Santuario.

PEREGRINOS ILUSTRES

Para Monte Sant’Angelo el período normando-sueco,  que constituye uno de los momentos más altos de su crecimiento económico, artístico y religioso, coincide con el apogeo de la celebridad del Santuario. Las crónicas del tiempo, en efecto, lo señalan entre los cuatro más frecuentados lugares de peregrinación de la cristiandad según el itinerario de redención espiritual conocido como Homo, Angelus, Deus (Hombre, Angel, Dios) que comprendía la visita a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma y de Santiago de Compostela en España (Homo), al  Angel de la Sagrada Gruta de Monte Sant’Angelo (Angelus) y a los lugares de Tierra Santa (Deus).

Entre las personas que en este período manisfestaron su devoción a San Miguel Arcángel con su peregrinación, nos limitamos a citar:

Papas

1049-51 León IX: tres veces presente, también al término de la preparación del Concilio de Siponto en 1050.

1061 Alejandro III en ocasión del Concilio de Siponto

1093 Urbano II que, coincidentemente con su visita, concede al Santuario la misma indulgencia de que goza el Santuario de Santiago de Compostela

1117 Pascual II en ocasión del Concilio de Siponto

1120 Calixto II que proclamó al Arcángel San Miguel príncipe y patrono de todo el mundo.

1177 Alejandro III que, coincidentemente con su visita, se acercó a la vecina Abadía de Pulsano, consagró la nueva iglesia y colocó personalmente los restos de San Juan de Matera debajo el altar mayor.

Emperadores, reyes y príncipes

1022 Enrique II quien pasó la noche en la Gruta asistiendo, según la tradición, a las liturgias celestiales. En esta visita donó un cáliz de oro.

1044 Enrique  III

1047 La condesa Agnese de Poiton, suegra de Enrique III

1089 La condesa Matilde de Canossa

1137 Lotario II El Bueno, rey de Sicilia, que en 1177 rertornó con su esposa Juana de Inglaterra.

1137 Baldovino II  rey de Jerusalén

Entre tantas personalidades no se excluye que Federico II y sus hijos, Conrado IV y Manfredi hayan hecho al menos una visita devocional al Santuario.

Santos

1050 San Guillermo de Antioquía y San Peregrino (padre e hijo)

1094 San Bruno, fundador del monasterio de la Certosa de Francia

1098 San Anselmo de Aosta

1118 San Guillermo de Vercelli, fundador de  la Orden Benedictina de Montevergine

1123 San Juan Matera, fundador de la Orden Pulsanense de Monte Sant’Angelo.

1130 San Bernardo de Claravalle, reformador de la Orden Cistercense. Padre de la Iglesia y conductor de la II Cruzada.

1199 Santa Hortencia, madre de Santa Clara de Asís

1207 Santa Isabel de Hungría

1222 San Francisco de Asís. De él se cuenta que se ha quedado en el ingreso de la Gruta y, no considerándose digno de entrar, dejó grabada una cruz sobre la roca, como tantos peregrinos lo habían ya hecho, con forma de T (Taos). A tal visita se debe el origen de la Capilla Santa María de los Angeles, de estilo gótico, sobre la parte más alta del monte, a 2 km. de la ciudad

1268 Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia.

Entre el siglo XIII y el XV, se afianzó el esntusisamo religioso y se fue apagando el espíritu de sacrificio y de devoción en masa de peregrinos.

Las mismas cruzadas  se habían convertido en expediciones políticas para conquistar territorios o para satisfacer los deseos de honor y de poder de pequeños señores y de status caídos de las grandes castas europeas. En Tierra Santa los comerciantes, sobre todo, venecianos, genoveses y catalanes, se preocupaban sólo de obtener en modo exclusivo el monopolio de los mercados más florecientes y privilegios para sí y para aquellos que estaban bajo su protección. En este clima político-religioso los romanos afluían a los santuarios europeos más renombrados no solamente por devoción sino también por simple curiosidad.

Era el período en el cual, por razones de naturaleza económica, los señores y los comerciantes ricos, se encontraban en Palestina ostentando su riqueza y viajando en lujosas carrozas con su séquito de siervos. Se puede decir que en ese tiempo el auténtico espíritu de la peregrinación, signo de devoción y penitencia, cambia para asumir un aspecto más de costumbre, de moda, de distinción social.

En tal realidad, hay que tener presente también al sacerdote. Mientras antes,  para absolver los pecados, se debía cumplir una penitencia que consistía en realizar una peregrinación a un santuario de Italia o Europa; ahora, se podía absolver al penitente, delegando éste esa obligación a otro que lo haría por él.

No obstante en esta nueva y débil atmósfera religiosa, el Santurio de San Miguel no dejó de interesar a la humilde multitud de anónimos peregrinos, intérpretes auténticos  de la antigua peregrinación.

Los signos innumerables e intangibles de su paso (firmas, lugares de procedencia, fechas, símbolos sacros, etc) se observan todavía a lo largo de la escalinata  angevina y en otros ambientes internos de la Sacra Gruta.

La celebridad del Santuario no se apagó y logró igualmente ejercitar aquella fuerte atracción también para personajes distintivos.

Papas

1273 Gregorio X, fue recibido pomposamente por el rey Carlos de Anjou que lo acompañó a lo largo de toda la visita hasta Benevento

1295 Celestino V

Emperadores

1237 Baldovino II, más conocido con el nombre de  Felipe II de Taranto, que siendo casado con la princesa Caterina Courtenay, recibe de ésta el título de Emperador de Constantinopla.

1271-1273 Carlos de Anjou, en tres oportunidades

1280 Conrado Malaspina

1292 Carlos Martel con su muejr Clemencia, Reina de Hungría

1319 Urosio, rey de Serbia y su mujer Elena, quienes ofrecieron una lámpara de plata al Santuario.

1346 Esteban, emperador de Serbia

1347 Luis El Grande, rey de Hungría

1351-1354 Juana I reina de Nápoles

1413 el noble Santiago de Mateo

1452 la emperatriz Eleonora

1457 Alfonso El Grande

1476 Matías rey de Hungría y su esposa Beatriz de Aragón.

1488 El duque de Calabria

1507 Fernando el Católico

Santos

1295 San Pedro del Morrone (Celestino V)

1295 Beato Roberto Salla, quien abrió en Chieti un hospedaje para los peregrinos que iban  al Gargano

1265 Beata Cristina, fundadora del monasterio de las hermanas benedictinas en Santa Cruz del Arno

1319 San Urosio, rey de Serbia

1372 Santa Brigida de Valdstenza (Suecia), acompañada por su hija Caterina que después fue santa. Son notables sus revelaciones acerca de la destrucción de Manfredonia en 1620 por los turcos.

1376 San Vicente Ferrer. Una imagen suya se encuentra en el ábside del altar del Santísimo Sacramento

1415 San Bernardo de Siena

1425 San Juan de Capestrano

1429 San Francisco de Paola con sus padres. Una imagen suya se encuentra en el ábside del altar del Santísimo Sacramento, y en la Capilla de la Santa Cruz, se conserva una reliquia.